miércoles, 29 de octubre de 2014

¿Spanglish o no Spanglish?

Cuando, en los EE.UU., digo Spanglish, para muchos digo pobre e inculto. La problemática acerca del empleo de este vocablo reside en la connotación despectiva que se le asigna como característica peculiar de individuos que no dominan correctamente ni el inglés ni el español y, por consiguiente, pertenecen a una clase social baja y se caracterizan por un bajo nivel de escolarización. En lingüística, se considera más políticamente correcto hablar de cambio de código para evitar los aspectos peyorativos que acarrea no solo el término Spanglish, sino también otros lenguajes caracterizados por el empleo de más de un código, como los llamados Franglais (mezcla de francés e inglés), Tex-Mex (el Spanglish hablado en Texas), Itañol (mezcla entre italiano y español), Portuñol (cambio de código portugués-español), etc. Por esta razón, parece que no podemos emplear la palabra Spanglish, a menos que queramos enfrentarnos a una serie de pleitos y sepamos justificar y defender su uso. 


     Sin duda, el estigma que cargan los hablantes de una lengua (o, como en el caso del Spanglish, una práctica lingüística) que no goza de un alto prestigio social se remonta a épocas remotas: pensemos, por ejemplo, en el término “bárbaro”, que, en la cultura de la Grecia antigua, designaba a los pueblos que no hablaban griego en un mundo en el cual la cultura helenística era hegemónica (y, por ende, gozaba de un alto prestigio social). De hecho, oi barbaroi (ὁι βάρβαροι, los bárbaros) indicaba a los que no tienen un idioma ni, por consiguiente, una cultura. Sin embargo, hoy día la idea vinculada al lexema “bárbaro” se ha desatado de la dimensión lingüística y ha adquirido connotación sociocultural: designa más bien a una persona incivil e inculta. En este sentido, puesto que el reconocimiento de diferencias no se da solo entre culturas distintas, sino también dentro de un mismo sistema cultural, se yerguen fronteras que tienen que ver con diferencias más culturales que políticas. 

Ahora bien, la función de la lengua es, por un lado, la de transmitir un mensaje a través de un sistema organizado de signos y, por otro, la de expresar una conducta cultural. En otras palabras, la organización lingüística cumple dos funciones básicas: una comunicativa y una social. En lo que se refiere a la esfera social, la lengua conlleva dos aspectos caracterizadores de identidad: uno que tiene que ver con la noción de lugar y otro con el hecho de que es un factor humano universal. Con respecto al lugar, queda claro que el acento, las estructuras, las expresiones idiomáticas y otros elementos que caracterizan de una forma u otra una lengua sirven como diacríticos para distinguir entre outsiders e insiders, o sea, entre los miembros de un mismo grupo y los de otro grupo; así es que la noción de lengua confluye con la de lugar, puesto que a ciertos confines (sean estos institucionalizados como idealizados) corresponden una o más lenguas, o una o más variedades de una misma lengua. 
La urgencia de establecer confines geográficos y lingüísticos se vincula de forma estricta a la presión de mantener una cierta pureza dentro de un grupo, tanto en términos raciales como étnicos, para poder mantener fijos ciertos parámetros de auto-identificación. A lo largo de la historia de la humanidad, una de las estrategias más empleadas para contrastar la amenaza de la impuridad que conlleva la mezcla racial y étnica es la defensa de la supuesta pureza del idioma. Los primeros escritores que hacen parte de la sociedad colonial del Caribe francófono e hispanófono manifiestan un fuerte rechazo de las variantes lingüísticas del francés y español caribeños, considerándolos langages corrompus, o lenguas corruptas. De hecho, las variedades de las lenguas europeas en el Caribe eran vistas como lenguas sintáctica y fonéticamente simplificadas, o sea, caracterizadas por un código restringido (en oposición con el código elaborado europeo), lo cual representaría un déficit lingüístico más que una diferencia lingüística. Esta es básicamente la razón de la revitalización léxica de términos como ladino, que en época colonial ya no designa al moro que ha aprendido a hablar español, sino al negro que aprende a hablar su variedad del español en la península ibérica; se establece, de esta forma, un vínculo entre la lengua bastarda y la etnia/raza africana a través del lexema ladino, que carga la noción de mezcla. De hecho, por “hablar franco” se entendía el empleo de una lingua franca europea, mientras que el langage corrompu era considerado típico de las Américas.
El Spanglish, entonces, es visto como un language corrompu, un déficit. En efecto, algunos lingüistas prefieren emplear el sintagma nominal cambio de código o, propuesta controversial, Español estadounidense, porque lo consideran una variedad del español como lo puede ser el español vernáculo de cualquier otra región de habla hispana: posee una serie de características que no lo hacen diferente, por ejemplo, del español popular de México o Argentina, en cuanto se caracteriza por un vocabulario local, una sintaxis local y una morfología local. Los partidarios de esta corriente consideran que denominar Spanglish al español de los EE.UU. amenaza la sobrevivencia de esta variedad, pues los hablantes de segunda o tercera generación deben tener la percepción de hablar español y no una mezcla confusa de códigos llamada Spanglish.
Cuando leí estas propuestas, me pregunté: ¿y el cambio de código inglés-español fuera de los EE.UU.? Y ¿cómo podemos comparar lo que se habla en Puerto Rico con lo que se habla en Spanish Harlem (NY) o en Panamá? 
    A través de este enfoque, queda borrada la existencia de esta práctica fuera de los confines estadounidenses: el inglés no se habla solo en los EE.UU. y la mezcla inglés-español se da también en zonas que quedan geográficamente lejos de los EE.UU.. Además, es preciso considerar que no se trata de un sistema de reglas fijadas por una institución, sino que es la manifestación creativa de una pluralidad cultural que toma sus características principales de los códigos inglés y español, sin dejar de lado las aportaciones de otros grupos minoritarios que comparten el mismo espacio en los ingenios urbanos del siglo XXI. No en balde estoy empleando el sintagma ingenios urbanos, creando un paralelismo con las sociedades coloniales del Caribe: la metrópoli es el centro neurálgico del sistema capitalista y la sobrepoblación de las ciudades crea una movilidad socioeconómica limitada, esto es, una nueva forma de esclavitud en estos nuevos ingenios globalizados. De ahí que, dentro de estos nuevos ingenios, podemos imaginarnos una serie de procesos de criollización (lingüística y, en sentido más amplio, cultural) parecidos a los que se daban en las sociedades coloniales. Desde este punto de vista, la práctica del cambio de código inglés-español denominada Spanglish es el emblema de un mecanismo de criollización lingüística y se caracteriza por ser: (1) el conjunto de procesos de hibridación inagotables en esta era global; (2) un concepto dinámico, lejos de ser una realidad monolítica (por eso no es posible fijar un diccionario de Spanglish o traducir obras literarias como el Quijote –sí, alguien lo intentó- al Spanglish); (3) típica de aquellos grupos que sufren los encerramientos; (4) una herramienta de defensa de identidad, sobre todo en caso de amenaza.
Dicho esto, no encuentro que el paralelismo con las otras variedades del español sea un acierto, debido a la desigualdad social que representan el español y el inglés en los EE.UU. De hecho, otras propuestas se mueven en este sentido y desean un proceso de inversión semántica que rescate este término del estigma que carga, tal como pasó con el término queer en el contexto de la lucha social para los derechos de los miembros de las comunidades LGBTT y nigger para las comunidades afroamericanas. En efecto, creo que el término Spanglish tiene que ser rescatado, pero son los miembros de los grupos que emplean esta práctica los que deben comenzar a usarlo para referirse con orgullo a su proprio lenguaje y a su propria cultura. El hecho de que exista una rica literatura creada en dos lenguas demuestra que no siempre los que hablan Spanglish lo hacen porque no pueden manejar los códigos por separado, sino que prueba un dominio muy alto de ambos códigos, además de una creatividad extraordinaria, resultado de los procesos de hibridación típicos del fenómeno de la diáspora. Por estas razones y quizás muchas más, pienso que también se debería proponer algún texto de literatura de la diáspora escrito en Spanglish en los programas escolares: reduciría el estigma y estimularía la curiosidad de los estudiantes.